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REVISTA DE LA CEPAL - NUMERO EXTRAORDINARIO

CEPAL CINCUENTA AÑOS
REFLEXIONES SOBRE AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE

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haciendo referencia al código (LC/G.2037-P), Octubre 1998

Medina Echavarría y el orden internacional: una revisión

Joseph Hodara, Catedrático titular,Universidad Bar Ilan, Israel


Retirado de sus labores regulares y reflexionando sobre su apeo y su apego a la vida y al mundo que debió transitar, José Medina Echavarría elaboró en los años setenta, en un sereno cubículo de la CEPAL, dos ensayos medulares. Con uno aludió a las frágiles formaciones democráticas de América Latina 1/ amenazadas intestinamente por una represiva racionalidad tecnoburocrática, insensible tanto al carácter público y transaccional de esta configuración política como a las apetencias legítimas de la sociedad civil de su tiempo. Y con el otro -tema al que aquí habré de referirme exclusivamente- se consagró a caracterizar los contornos del orden internacional que empezaban a institucionalizarse bajo las luces esperanzadoras del término de la guerra fría 2/ y las repercusiones que podría aparejar en la región.

Ambos escritos presentaban un hilo convergente: la mirada prospectiva -no profética ni mesiánica- en torno a los escenarios probables que podrían despegarse en los próximos años tanto en la escena internacional como en la latinoamericana. Los llamó un ejercicio en "sociología proyectiva".

Con estos textos don José procuraba redondear un periplo biográfico e intelectual, que se inició en los años treinta, con indagaciones de fuste especulativo en torno a las ciencias sociales y a sus aportes a la comprensión de la modernidad occidental. Su dedicación particular a los aspectos formales y teóricos de la sociología --en España, México, Puerto Rico y Chile- jamás excluyó la preocupación por la guerra y la paz. Fue ésta expresiva y radical en el seminario que dirigió en los años cuarenta -ya exiliado de la España franquista- en El Colegio de México y reaparece con vivacidad en sus escritos últimos.

Los fundamentos y la viabilidad de algún género de paz kantiana, presidida por la racionalidad sustantivo, siempre lo fascinaron, sin menoscabo de su atención -ya inserto en la CEPAL- a asuntos relativamente menores, como la dinámica del poder en Bolivia en los años cincuenta y las azarosas aplicaciones de la planificación democrática a la Mannheim en países urgidos constantemente por el corto plazo y la coyuntura, como se le perfilaban entonces -y acaso todavía- los latinoamericanos.

En las páginas siguientes intentaré examinar algunos signos y tendencias del presente ordenamiento internacional y sus ¡aplicaciones para el universo latinoamericano en contrapunto con aquellos que Medina Echavarría vislumbró y propuso en 1976. Empezaré con un indispensable aunque muy encogido sumario de las consideraciones que entonces disciplinaban su reflexión; le seguirán señalamientos en torno a los virajes ocurridos, a mi juicio, desde 1976. Con la pareja preocupación de don José -aunque sin su hondura- habré de sugerir al cabo implicaciones para la sociedad latinoamericana, hoy zarandeada por inclinaciones contradictorias y por ciclos externos que apenas controla. Para preservar la correspondencia con el texto de Medina Echavarría me apegaré al género ensayístico, con las virtudes y las ausencias que exhibe desde que Montaigne lo inventó.


I. Temas y argumentos de don José

El término de la guerra fría y el aflojamiento consiguiente de las tensiones inherentes a la bipolaridad militarizada es el principal asunto del planteamiento de Medina Echavarría. A su juicio, el deshielo en marcha atenúa algunas de las más temibles inquietudes que abrumaban al mundo desde 1945. En efecto, la distensión rebaja, primero, la posibilidad de un golpe atómico global y no selectivo, pavor necrológico que sin embargo fascinó -y fue materia de truculento estudio en más de una oportunidad a altos y excluyentes círculos gobernantes que contaron con este abismal recurso. Aproxima, después, los contornos de la paz perpetua bocetados apasionadamente por Kant al calor del refulgente volcán napoleónico. Y robustece, por último, la convicción de que se ha llegado a un empate mutuamente beneficioso para las dos grandes potencias, inclinadas desde este instante a converger y a coincidir por obra de los imperativos estructurales de la industrialización y del comercio internacional.

El empate aceleraría, en opinión de Medina Echavarría, el fin de la coercitiva pax americana en aquellos países (como los latinoamericanos) en los que gravitó intensamente, con aristas que no fueron ni rectas ni amables. Pues -cabe agregar- en contraste con la actitud asistencialista y estimulante de Washington en las naciones del dinámico sudeste asiático capitalista, en nuestras latitudes sus posturas fueron de ordinario celosamente restrictivas y vigilantes. En cualquier caso, el resquebrajamiento del orden que Estados Unidos habría intentado consolidar, desde 1945, en algunas parcelas del mundo favorece, por oposición dialéctica, "la ebullición del Tercer Mundo", el abandono de su pasividad secular respecto de procesos culturales y ciclos tecnoeconómicos que le conciernen, y, en fin, la gestación de una identidad colectiva propia. Se trataría de una consecuencia imprevista precipitada por aquel compulsivo ordenamiento.

Medina Echavarría coincide con otros en que la distensión emana esencialmente de los balances recíprocos de terror obtenidos por las dos superpotencias, y que éstas habrían resuelto administrarlos prudentemente con el propósito de institucionalizar el crecimiento industrial. La distensión a su turno dispensaría, acaso indeliberadamente, superiores niveles de maniobra a los países militar y económicamente débiles, pues su lógica conlleva el aflojamiento de la rigidez de los cálculos estratégicos y militares. En otras palabras, el naciente ordenamiento no sólo aproximaría los intereses de Washington y de Moscú; también aguijaría el desarrollo autónomo y la democratización de aquellas economías que desempeñaban papeles marginales y periféricos. Se perfilaba en su visión una espléndida oportunidad histórica, que los líderes del agitado Tercer Mundo debían aprovechar, con un ánimo y con aciertos políticos y éticos superiores a los de los países coloniales.

¿Qué ocurrirá con las ideologías en esta nueva contingencia? ¿Desfallecerán debido a un expansivo y generalizado pragmatismo? Medina Echavarría se abstiene de pronosticar los funerales de las grandes narraciones interpretativas o utópicas que normaron la guerra fría, en explícito contrapunto con el dictamen de otros autores (Lipset, Bell) que practicaron la sociología prospectiva. Cree más bien que las culturas ideológicas tenderán a proliferar y a diversificarse al compás del debilitamiento de "los centros" con la pérdida consiguiente de su monopolio cultural. Más aún, anticipa que "un aquelarre de ideas" sobrevendrá especialmente en América Latina, cuando ésta se libere de los regímenes autoritarios prevalecientes en los años setenta.

Como ya se comprueba, Medina Echavarría hilvana su ensayo con una intención que en aquellos tiempos se llamó "futurológica"; participaban en ella las indagaciones del Club de Roma y los think tanks norteamericanos, europeos y latinoamericanos. Al avizorar las variadas formas que tomaría la distensión, el autor destaca tres: la cooperativa, la competitiva y la conflictiva, una clasificación que traduce en términos políticos lo que antaño era materia militar. El dominio de una respecto de la otra determinará la fisonomía del orden internacional y, a su turno, la viabilidad y la vitalidad de América Latina.

Medina Echavarría no urde falsas ilusiones. Sabe que la modalidad conflictiva podría sobrepujar a las otras; en tal circunstancia el desarrollo de América Latina tropezaría con obstáculos y limitaciones por obra de su fragilidad estructural y de origen. Sin embargo, otea otra posibilidad, alejándose así sustancialmente de los esquemas "dependentistas " que entonces dominaban su clima intelectual. El imagina que el Tercer Mundo -en ebullición y naturalmente solidario- será hábil para contrarrestar los impactos negativos de una asimetría desmesurada en las relaciones internacionales. Más aún, podría ofrecer otro género de cultura desarrollista (acaso "el otro desarrollo") que se traduciría en formas socialmente superiores de desplegar la modernidad industrial y urbana.

Para don José, la distensión solidaria es axiológicamente preferible. Duda, sin embargo, que se extienda hasta prevalecer en el orden que se avecina: a lo sumo confía en que los países latinoamericanos, hermanados por la historia común y por mancomunados dilemas, habrán de lograr grados distinguidos de solidaridad y convergencia. Excepción y ejemplo en un ordenamiento internacional irremediablemente hobbsiano.

En cuanto a América Latina misma -tema al cual consagra la quinta parte de su largo ensayo- Medina Echavarría pasa revista a "la penosa incertidumbre" que la caracteriza y, en particular, a la ineptitud secular de las cancillerías para comprender el complejo juego de los nexos internacionales. El conservadurismo y la ausencia de profesionalismo de estos cuerpos atentarían contra una óptica lúcida de las tendencias que se perfilan. No obstante espera que "una posición globalizante y cosmopolita" sustituya al cabo el celo tradicional por la seguridad y la soberanía nacionales. Reitera aquí lo que apuntó en sus escritos previos: la considerable brecha entre el credo político declarado por los gobernantes y las condiciones reales de la estructura social. Sin embargo, la magnitud de estas inconsistencias no sería semejante en todos los casos. Algunos países -merced a su superior dotación de factores y a políticas particularmente lúcidas- podrían desprenderse de las condiciones limitantes de la periferia latinoamericana y transformarse en "semiperiféricos", es decir, lograr libertades superiores de maniobra y negociación respecto de terceros y de las perturbadoras variables exógenas.

Los veinte años entre 1950 y 1970 -sintetiza don José- abarcan un período de general progreso. Los indicadores del desarrollo mostrarían un mejoramiento relativo al tiempo que los países mayores de América Latina habrían ingresado a la condición de "periferia desarrollada". No se pudo avanzar más porque el liberalismo fue y es "una aspiración malograda", y porque las estrategias desarrollistas -a cuya articulación aportó la CEPAL- no supieron urdir un proyecto político que le dispensara viabilidad. A Medina Echavarría no se le escapa, por cierto, que en los años en que escribe fuerzas antiliberales, de fuste castrense, dominan a su entorno. Prefigura sin embargo una "liberación", que abriría a su vez cauce, ya a un desordenado debate ideológico, ya a la prevalencia de un empiricismo desasido de valores cardinales. Medina Echavarría observa con pena la desunión de América Latina, la lenta marcha de los proyectos de integración, la creciente heterogeneidad de los países, el perfilamiento de exaltados populismos que alejan la democratización genuina de estas sociedades, y la posibilidad de que las naciones industrialmente hegemónicas procedan en América Latina, sacando partido de su vulnerabilidad, con métodos de divide et impera, que las cancillerías -reitera- no saben o no pueden neutralizar.

Ahora es momento de aventurar una actualización de estos planteamientos.


II. Nuevos signos y escenarios

Los veinte años transcurridos desde el escrito de Medina Echavarría han sido testigos de cambios mayores en la constelación internacional. Acaso el más notable es el colapso de la URSS, hecho que altera sustancialmente la relación mundial de cálculos y fuerzas al tiempo que pone fin a un régimen de bipolaridad que se instituyó a fines de la segunda guerra mundial. El colapso no fue sólo económico o militar; el comunismo como ideología y utopía se desbarata, engendrando un nuevo tipo de capitalismo, financiado y asistido en gran medida por el Occidente industrializado. Las propensiones colectivistas de antaño se despeñan. Este dramático tránsito -sorpresa para los kremlinólogos que gozaron de crédito en otras contingencias- conduce a plantear una intrigante conjetura: ¿habrá sido la Revolución de Octubre la forma rusa de llegar al capitalismo? ¿Se trata en este caso de otro ardid de la incansable astucia hegeliana? Tema para un audaz examen histórico.

Ciertamente, la visión marxista de las estructuras sociales y de su dinámica no sucumbe con el declive radical del régimen que pretendía encarnaría. Por el contrario, es probable que este enfoque teórico -que aúna la altura ética del mesianismo judeocristiano con los afanes racionalistas del Iluminismo- tome ahora mayor difusión al deshacerse de una compulsiva filiación política y al difuminarse como esquema de legitimación de aspiraciones burocráticas e imperiales que arrancaban de otras fuentes. Por cierto, las grandes "narraciones utópicas" no han fenecido necesariamente a pesar de las estridentes conjeturas sobre "el fin de la Historia".

La fragmentación de la URSS y la consolidación autónoma de los países que previamente estaban fuertemente unidos con ella implican la configuración de una nueva Europa, ya liberada del Pacto de Varsovia, y que de hecho acepta el liderazgo de una Alemania unida que muy pronto tendrá de nuevo --circunstancia no sólo simbólica- a Berlín como capital.

La referencia al desmembramiento de la URSS -dramáticamente escenificada en las exequias de los Romanov en Moscú- no agota en modo alguno los virajes y los nuevos signos que cabe advertir en los escenarios internacionales. Sin el ánimo de agotar o pormenorizar el inventario de los que merecerían señalamiento, aludiré a los que juzgo pertinentes y significativos en este contexto.

1. La dinámica tecnológica, en primer lugar, emblemáticamente caracterizada por "La Tercera Ola". Se amplió en efecto su fuerza elemental para cambiar la conformación de factores, fuerzas y opciones. Las aptitudes militares, las ventajas relativas, las flexibilidades cognoscitivas e institucionales de sociedades e individuos, la capacidad para prever y administrar conflictos, el control relativo de "los imaginarios colectivos ", los nexos reales entre Estado, mercados y sociedad civil, el reimpulso de categorías schumpeterianas: asuntos que llevan la impronta de esta dinámica. Las creencias fáusticas y prometeicas en torno a la tecnología se enfervorizan en todos los rincones, desde las promesas -y riesgos- de la biología molecular y de la genética hasta la inteligente administración de conflictos psicosociales. Creencias que no excluyen -ya se verá- tendencias oscurantistas y adversas.

2 La fuerza de las diferentes formas del capital. Piénsese en el capital financiero y en la volatibilidad que ha logrado merced a medios electrónicos; y en el humano, que estimula o desanima -según su magnitud- la migración laboral por sectores y entre países. Por primera vez es viable un putsch o un golpe de Estado por medios financieros, es decir, la desestabilización sistémica de un país por impulsos convergentes de fuerzas hipotéticamente impersonales y basadas en interdependencias vigorosas y, al mismo tiempo, frágiles. Esta vertiginosa movilidad del capital trastoca conceptos tradicionales sobre la acumulación y sobre el interjuego inversión-ahorro. Recursos son obtenibles en geografías alejadas del lugar donde serán depositados, y estas colocaciones a su vez cambiarán residencia si sus tenedores así lo resuelven. Por otra parte, la importancia del capital humano permite pensar en flujos selectivos que enriquecen en el mediano plazo al país que los recibe y descalabro a aquellos de donde ha emigrado. La dotación relativa de factores de un sistema nacional o regional es susceptible de mudar con rapidez. Adviértase sin embargo que las tensiones entre la vehemente movilidad del capital financiero y las ambivalencias que suscita el entorpecido tránsito del recurso humano almacenan conflictos hábiles para rebajar los "dulces efectos" (Montesquieu) del libre comercio.

3. El penetrante impacto de los medios de comunicación electrónica. Determina no sólo la formación "de una aldea global"; desbarata por añadidura las visiones tradicionales del tiempo, del espacio y de la gobernabilidad; simultáneamente, eleva el valor estratégico de la información y perfecciona los mecanismos de control social e internacional. Estas repercusiones son acentuadas por la ya referida movilidad instantánea de activos.

4. La aparición de propensiones contradictorias en el despliegue de la racionalidad sustantivo, que es la fuerza impelente de la modernización. Ciertamente, el robustecimiento de las innovaciones reaviva aquella fe en el avance indefinido que profesó el Iluminismo. Y cabe añadir: el retorno y la reanimación de regímenes democráticos (particularmente en América Latina) tienden a institucionalizar modalidades tangibles de aquella racionalidad. Sin embargo, el brote de fundamentalismos e integrismos, la búsqueda de vivencias transracionales y "oceánicas" (Freud), subvierten la ingenua creencia positivista en el progreso continuo y en el influjo excluyente y unidimensional de la occidentalización. Este contrapunto de propensiones no es únicamente intelectual; puede llegar a militarizarse y traducirse en un ya anunciado "choque de civilizaciones" (Huntington).

La convergencia y las sinergias de estas fuerzas modelan un nuevo orden. Seleccionemos apresuradamente algunas expresiones.


III. El trasfondo: unipolaridad y resatelización selectiva

Sugiero que en el curso de los años ochenta tuvo lugar una serie compleja de acontecimientos que, por sus alcances e implicaciones, se asemejan al estallido de una magna guerra: guerra global y silenciosa; más tecnológica que militar, que remató con el colapso de la URSS, por un lado, y la preeminencia económica de la Alemania unida en Europa y del Japón en el sudeste asiático, por el otro. El orden internacional se reconfigura así bajo el liderazgo hegemónico de Estados Unidos y de las alianzas estratégicas y cambiantes que éste acierta a montar. Los acontecimientos que siguieron -la guerra en el Golfo Pérsico (legitimada por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y por una alianza -más bien cruzada- que sumó a regímenes dispares); el fin del apartheid sudafricano, los conflictos intestinos en los Balcanes, las perspectivas de paz en el Medio Oriente, y la dinámica reestructuración de China son algunos resultados colaterales de este radical viraje.

Las responsabilidades globales fuerzan a Estados Unidos a negociar constantemente con múltiples factores, instituciones y países. Se encuentra esta nación-continente en un agitado proceso de aprendizaje colectivo que lo aleja tanto de sus seculares tendencias aislacionistas como de las prácticas que particularizaron al colonialismo europeo. Sus instrumentos de influencia y presencia son más prudentes y sutiles; sabe extraer provecho de los métodos cibernéticos de control global y de las lecciones impartidas por el declive de antiguos imperios (Paul Kennedy). Y cuando así le conviene, adopta un benign neglect que se extravía de su profesado evangelio. Como resultado de estas dinámicas negociaciones efectuadas en variados foros (reuniones "en la cumbre", el Grupo de los Siete, diálogos bilaterales) se perfilan consensos postindustriales en materia internacional que se difunden -por convicción. mesmerización o ausencia de opciones- a la mayoría de los países que persiguen, con marcadas arritmias, el crecimiento industrial.

Algunas manifestaciones de estos consensos son:

  • La ideología y las prácticas del liberalismo económico han ganado espacios, impelidas en algunos casos por el "thatcherismo" y el reaganismo; en otros, por la dinámica expansión de las economías del sudeste asiático; y en fin, por la gravitación de crisis pertinaces que obligaron a ensayar nuevos paradigmas. La apertura comercial se tornó consigna y gestión cotidiana. Y fue acompañada por un filoso cuestionamiento -compartido desde antiguo por spencerianos y anarquistas- de las "fallas del Estado " que, por lógica y por deprimentes coyunturas, remató en el hincapié de "reformarlo".
  • La globalización de las transacciones comerciales, financieras y tecnológicas aparejó una caótica combinación de efectos: el arranque y la consolidación de bloques comerciales; la firme creencia en la sabiduría superior del mercado -y el consiguiente estímulo a los animal spirits-- la impugnación a cualquier género de planificación central; el cuestionamiento del Estado-nación y de los conceptos jurídicos que lo sostienen, incluida la visualización de su final quebranto; la reconformación de los factores productivos y la interdependiente supervisión de los ciclos; la aparición de nuevos dilemas en la gobernabilidad social; y cambios radicales en el carácter de la vulnerabilidad relativa de las naciones. Ciertamente, esta nueva constelación gestará ganadores y perdedores y la capacidad de organización y negociación de los perdedores -en el plano internacional como interno- determinará la fisonomía de este conjunto de circunstancias en el largo plazo.
  • Desactivada la lógica y la fuerza de la confrontación global entre potencias, es imperativa la supervisión mancomunada de conflictos regionales a fin de que no lastimen gravemente la estabilidad sistémica ni desborden los niveles convencionales -continuamente en desequilibrio dinámico- de la capacidad militar de destrucción. La viabilidad de este consenso encara dos escollos que preocupan a los países de superior poder: uno, cómo impedir la proliferación irresponsable de la capacidad militar no convencional, especialmente en países estructuralmente inestables o ajenos al ethos occidental. Y dos, cómo perfeccionar la intimidación a la contención de movimientos y países rebeldes, capaces de librar combate con recursos que, por llamativamente débiles, son -valga la paradoja- extremadamente eficaces respecto a contrincantes en apariencia mejor dotados. Piensese en los casos de Vietnam, Afganistán y de la Intifada palestina, así como en las organizaciones y amotinamientos terroristas (Chiapas) y en los traficantes de drogas.
  • El perfeccionamiento incesante de los instrumentos de, control público y gubernamental (espionaje sofisticado y penetrante, manejo de imágenes distorsionantes de la realidad, posibilidades de desinformacion sistémica) alumbra por primera vez la posibilidad de un régimen perversamente totalista y totalitario. Tuvo expresiones localizadas en la primera mitad del siglo en los fascismos de derecha e izquierda y en la práctica inclemente y cuasi industrial de la tortura y del asesinato. Pero tal propensión podría tomar inusual impulso merced a la alta racionalidad formal que se simboliza y resume en las innovaciones electrónicas y en la tentación consiguiente de hacerlas converger con algún nefasto designio de ingeniería social o de proyecto político. Si esta perspectiva orwelliana no cristaliza pública y llamativamente, no es por un impedimento técnico o moral. Es por la existencia de arreglos institucionales que aún permiten equilibrar, descentralizar y sofrenar a los poderes. Huelga indicar la fragilidad de estos arreglos.
  • El despunte de estos consensos -y en particular la convicción extendida en las virtudes del liberalismo- ha apurado la tesis en torno al fin de la Historia, tesis que es, en rigor, una variante de los mesianismos religiosos judeocristianos y shiitas) y seculares (Hegel, Marx). Se profesa que el orden internacional y las conjugaciones ideológicas habrían llegado a una estación final, aunque tolerante a rectificaciones menores y cuantitativas. Esta visión es clásicamente ideológica, es decir, enmascara y confunde los términos de la realidad a fin de ajustarla a los presentes escribas y propietarios de la Historia. Para empezar, el liberalismo presenta una pluralidad de facetas, desde las económicas a las epistemológicas, pasando por las políticas. Ellas no coinciden necesariamente en una situación empírica (por ejemplo, en países latinoamericanos); y el alcance de una suele cristalizar a expensas de la otra. Además, los diversos géneros y configuraciones del capitalismo contemporáneo exhiben disparidades tan profundas que cabe sugerir que el término indica más un convencionalismo semántico que una coincidencia empírica. La convergencia universal en el capitalismo liberal no implica la eliminación de rivalidades de distinto jaez, ni el evaporamiento de asimetrías importantes entre ellos. No se precisa acudir al análisis marxista para indicar las constantes colisiones de intereses precisamente en este tipo de régimen, que convierte a la sobrevivencia competitiva en la clave del progreso indefinido, universalizando así una versión del neodarwinismo. Finalmente, la postulación misma es ahistórica: ignora el flujo constante y oscilatorio de los eventos, más sensibles a la estocástica que a cualquier determinismo ingenieril.

Naturalmente, este inventario de consensos no es completo. Ni puede serlo: tal es la brevedad de este espacio y tales son las complejidades del asunto. Sugiere sin embargo que el disgregamiento del antiguo orden internacional da paso hoy a una satelización selectiva por la vía del comercio, de las finanzas y de los flujos tecnológicos. En la cúspide están los sistemas postindustriales, que respaldan interesadamente a países, instituciones y factores que contribuyen al mantenimiento de una estabilidad estructural, orgánica. El respaldo cambia actores y guiones cuando el aporte a la estabilidad sistémica (cualquiera que fuere) se contrae o es disfuncional. Así las cosas, para no pocos países -particularmente los de alta vulnerabilidad el peligro genuino no es la dependencia del centro imperial como se profesaba en los años setenta, sino la desvinculación y el abandono (delinkage), capaces de adoptar formas relativamente blandas como "la desertificación" y "los controles sanitarios" hasta culminar en otras intensamente lesivas como una intimidatoria invasión militar (tipo Entebbe) o negar ayuda financiera contingencial en períodos críticos.


IV. Advertencias indispensables

Las consideraciones de José Medina Echavarría, a semejanza de éstas, no pretenden representar diagnósticos o pronósticos de género alguno. Ni tampoco son especulaciones gratuitas. Se trata más bien de ejercicios razonablemente fundados dirigidos a sensibilizar al observador atento acerca de tendencias y opciones posibles y conducirlos algo más allá del corto plazo y de la cotidianeidad siempre tan apremiante y equívoca.

Por lo tanto sería ingenuo profesar, en este orden de ideas, que el ascenso de los neoliberalismos es irreversible; que los bloques regionales que alientan seguirán una marcha sin retrocesos, o que los países que hoy los jefaturan no habrán de cambiar por obra de crisis internas o de rivalidades mal administradas. Estas contingencias implicarán virajes incompatibles no únicamente con los funerales de la Historia; también el descalabro de proyecciones que se dibujan desde un presente inestable y parcialmente informado.

En cuanto a las modalidades de la distensión, éstas pueden ser simultáneamente cooperativas, conflictivas y competitivas, si se acepta el abanico clasificatorio de Medina Echavarría. A mi parecer, son tácticas diferentes y flexibles que se ajustan a una pactada estrategia de la cultura postindustrial, que precisa la estabilidad sistémica para sostenerse y avanzar. Es por cierto curioso que los Estados Unidos y Rusia hayan inaugurado una solidaridad cooperativa, dejando atrás el hostigamiento y la mutua satanización que los separaba. Por otra parte, los nexos cooperativos de Estados Unidos con países como la India, Pakistán o Israel podrían tornarse rudamente conflictivos si la capacidad nuclear que han adquirido no es ejercitada conforme a los consensos indicados anteriormente.

También cabe consignar el dinámico crecimiento de los países del sudeste asiático, que muestra que la dotación de factores puede mejorarse sensiblemente con la oportuna realización de reformas estructurales (como la agraria, prerrequisito de cualquier otra), la acumulación sostenida de innovaciones, el aprovechamiento inteligente de coyunturas geopolíticas, y las orientaciones tenaces de gobiernos capaces de arbitrar entre los diferentes grupos de poder. Sin embargo, aparecen signos que indican que esta expansión no es necesariamente autosostenible; que las economías de esta región del mundo deben forjar mutaciones radicales para reajustarse a cambiantes escenarios; y que los países que comercian con ellos (como los latinoamericanos) deben ser prudentes al fomentar, con cálculos desprolijos, una excesiva dependencia comercial. No huelga agregar que el trasplante mesmerizado, y a menudo triunfalista, de estos "modelos" debe leerse y efectuarse con mayor cuidado que el que se registra hasta ahora.


V. Implicaciones para América Latina

Los consensos sugeridos -resultado parcial de la distensión y del desplazamiento dinámico de fuerzas y factores que trajo consigo- se manifiestan en América Latina con matices dispares. Apenas sugeriré algunos hechos que, a mi juicio, llevan la impronta de las emergentes coyunturas.

  • El intento frustrado de la Junta Militar argentina de reivindicar por la fuerza sus derechos en las Malvinas (1983) es uno de ellos. La respuesta británica fue enérgica, con el pleno apoyo logística e informativo de los Estados Unidos. Entre otras cosas, demostró este hecho que la superioridad tecnológica compensa con holgura las desventajas estáticas que fluyen de distancias geográficas al tiempo que puso de relieve la importancia decisiva de los monitoreos cibernéticos. Por otra parte, superado el fervor nacionalista estimulado por la dinámica de la confrontación y por el carácter del gobierno de entonces, Argentina inició procesos conducentes a la democratización con el apoyo complementario de Washington. Más aún: el viraje argentino no se limitó a la reactivación de la sociedad civil y a la apertura de los espacios públicos; la actitud respecto del "centro hegemónico" (Washington) mudó radicalmente. La intimidación cedió a la amigable intimidad, manifestándose ostensiblemente en la crisis del Golfo Pérsico (1991) y en el discreto desmontaje de cualquier intención de producir armamento no convencional. El respeto argentino por lo que he llamado la estabilización sistémica fue rentable: ayudó a reequilibrar su economía y a poner en marcha reformas neoliberales incluida la dolarización de las emisiones monetarias.
  • La intervención de Estados Unidos en Grenada y en Haití dispensó señas claras de cuál es la estrategia norteamericana en la región: cuando la estabilidad se ve coartada, hay que poner en acción capacidades intimidatorias que incluyen intervenciones militares selectas y transitorias. De acuerdo con los consensos de la distensión, estas injerencias fiscalizadoras deben legitimarse, si es posible, con el respaldo de las Naciones Unidas o, por lo menos, con el silencio ruidoso de potencias que otrora las habrían condenado por imperialistas.
  • Una manifestación adicional del clima postdistensión es el favor que ideologías y prácticas del libre mercado han suscitado en América Latina. Esto se explica en parte como respuesta e imaginado remedio a la crisis de la deuda externa de los ochenta y en parte por el influjo de una nueva generación de economistas educados y socializados en Estados Unidos. Chile tomó la delantera en este proceso debido a circunstancias políticas muy particulares; el resto de la región adoptó modalidades equivalentes preservando, claro está, matices y discursos idiosincráticos. Con diferentes intensidades, la experiencia chilena es evaluada por otros que procuran optimizar "la ventaja del que llega tarde". Como ya se apuntó en otro lugar, aún no son claros los límites de la apertura y de la privatización de las instituciones y de las economías ni cuál será el balance de perdedores y ganadores en este recodo. Vislumbro que el Estado latinoamericano, al auspiciar la desincorporación y la privatización, precipita una fuerte transferencia de poder que deshoja y debilita su capacidad de acción, al menos en el largo plazo. Esta circunstancia engendraría tres filosos dilemas: i) cómo un Estado empobrecido fiscalmente podrá atender y compensar a los perdedores del modelo que él mismo propicia y legitima; ii) cómo y quiénes ejercerán medidas macro económicas compensatorias cuando aparezcan con nitidez las nuevas configuraciones de la vulnerabilidad externa- iii) cuál será el sentido de los procesos electorales al difundirse la conciencia pública de que "el poder está en otra parte" -que no en el Estado.
  • La formación de bloques regionales con el determinante impulso de Estados Unidos. El área tripartita de Canadá, México y Estados Unidos es ya un dinámico ejemplo. Y las aspiraciones voceadas por la Cumbre de las Américas I y II indican un rumbo apetecido. Las objeciones a la desnacionalización económica vigentes en otros tiempos se han deslavado en el presente; y los conceptos tradicionales sobre la soberanía ya son cuestionados, pese a la incomodidad emocional que este tipo de debate suscita. Por otra parte, el Mercosur, los países centroamericanos y los andinos reflejan este rumbo favorable a una integración abierta y flexible y ya reacomodan sus tradicionales mecanismos de protección y subsidio a los dictámenes de la Organización Mundial del Comercio.
  • Tal vez la principal resistencia a los entendimientos que norman el imundo posguerra fría dimana de la regionalización e internacionalización del narcotráfico. Afectan en cualquier caso y con particular intensidad a América Latina; es imposible evadir o solapar este fenómeno. La narcopolítica y el narcofinanciamiento son acusaciones semánticas que traducen penosas realidades. ¿Cuáles son sus probables impactos? Sugiero cuatro que han concitado de momento fragmentarios estudios: i) La producción y la exportación de las drogas distorsionan severamente las estructuras económicas, financieras y fiscales de los países al tiempo que ponen en la picota a la apetecida y predicada democratización. ii) Estas distorsiones podrían magnificarse merced a los entendimientos que carteles locales estarían negociando con el nuevo y poderoso factor traído por el colapso de la URSS: la mafia rusa. iii) Como en la visión norteamericana las drogas constituyen una amenaza a su seguridad nacional, no es irrazonable conjeturar que Estados Unidos habrá de activar contra ellas recursos algo más contundentes que la certificación y que las operaciones subrepticias de espionaje. Las reacciones pueden diversificarse y mudar signos: desde intervenciones militares selectivas hasta la desvinculación sistémica, o al menos un benign, neglect con los países que no colaboran para abatir el mal. iv) La difusión de productos sintéticos provenientes de Europa oriental alterará a su vez las ventajas relativas de la droga originada en América Latina, y si esta demanda cae aparejará efectos recesivos mayores.
  • Cabe prefigurar otro viraje regional, que fluye en importante medida de la distensión. Se trata de la revolución cubana. Así como su alcance (1959) ejerció si unificativos impactos en el juego de ideologías, políticas y opciones de América Latina, su probable desgranamiento no será inocuo. Acaso reforzará el pragmatismo y la desideologización en los círculos gubernamentales al tiempo que acicateará a otros, más inclinados a la reflexión, a reformular y proponer un nuevo género de grandes narraciones, dirigidas a exaltar y renovar el imaginario latinoamericano.
  • Y, en fin, no cabe disimular los agazapados conflictos fronterizos. Podrían tornarse estridentes y mayores, en particular si se aprecia que el gasto militar no ha caído sensiblemente en la región y que aún no se instituyen mecanismos eficaces, hábiles para diluir tradicionales desconfianzas; y para resolverlos si se precipitan. En cualquier caso se trata de un factor que acentúa la vulnerabilidad regional al tiempo que concede a Estados Unidos un recurso para optimizar los controles que previenen cualquier indeseable desestabilización. Ciertamente, esto no implica -como amargamente se aprende de la tragedia de los Balcanes- que en selectas coyunturas la deliberada exaltación de fricciones étnicas, regionales o sociales -a condición de que se mantengan en cauces convencionales- no habrá de ser funcional para la estrategia que norma el orden postindustrial. Ominosa posibilidad.
  • Así las ascendentes circunstancias, no debe sorprender que la adhesión a un hipotético Tercer Mundo, el entusiasmo por los nexos Sur-Sur. el apoyo a redes de seguridad que atenúen los impactos de ciclos perversos -temas que gozaron de gran predicamento en los días de don José - carezcan hoy de llamativo relieve. Algunos países mayores de América Latina declaran su madurez e incluso festejan y se autocomplacen con un hipotético ingreso al Primer Mundo. Tal es la confianza en las virtudes de un mundo interdependiente y tal es la ceguera respecto de sus riesgos.

VI. Reflexiones finales

Una de las lacerantes y provocativas preguntas expuestas por Medina Echavarría se refiere a la unidad y a la identidad de América Latina. Se precisó audacia para plantearlas. Considerando las crecientes desigualdades entre países, él cuestiona la legitimidad del término. ¿Traduce "América Latina" (agregando el Caribe) una ficción retórica, conveniente para variados propósitos, o posee un sustrato real? Si la "rotura cualitativa de la igualdad" y de la solidaridad profesadas (parafraseando a don José) persiste con su lógica y en su marcha, ¿no brotarán "balances de fuerzas e intereses" en esta región, como los que Europa conoció? Por otra parte, si se supone que la globalización, las interdependencias y las alianzas estratégicas entre empresarios latinoamericanos habrán de robustecerse con el tiempo, -derivará de esta tendencia económica la formación de una identidad regional efectiva y el libre tránsito de contingentes humanos, o, en contragolpe, brotarán intensos particularismos culturales que colocarían en aprietos -desde dentro- al Estado-nación'? ¿,Adhieren las cancillerías y los ministerios de educación a esta tendencia abierta y solidaria profesada por los ministerios de hacienda y por las grandes fuerzas empresariales, o más bien auspician objetivamente -por inercia o conservadurismo-, la eclosión de particularismos que no excluyen versiones fundamentalistas, ya advertidas en otras latitudes?

Estos interrogantes -que se asientan en el espíritu de Medina Echavarría- llevan a sugerir que han madurado las circunstancias para instituir foros parlamentarios y jurídicos latinoamericanos, con ascendente capacidad de deliberación y de decisión supranacional. Las cumbres de variado jaez no son suficientes. Ni las organizaciones tecnoburocráticas de declarada vocación regional. Los consensos que cristalizan en un mundo en distensión y con pluralidad de mercados capitalistas reclaman nuevos y flexibles instrumentos de negociación y de información. Las virtudes de la comunicación instántanea deberían traer consigo una genuina revolución en las modalidades del diálogo, de la diplomacia y del conocimiento. La amenaza para la región no es sólo un divide, et impera administrado por factores externos y sin el consuelo compensador y clásico -que el neoliberalismo orgánicamente impugna- de la victimología dependentista de otros días; es la perspectiva de violencias civiles y nacionales generalizadas que de momento la Historia le ha ahorrado generosamente a América Latina.

Estos comentarios no desestiman lo alcanzado por la región en materia de crecimiento y desarrollo. en la defensa mancomunada contra terceros y en el mejoramiento social. Ni los animan un espíritu apocalítico. Sólo pretenden certificar que el mundo posguerra fría ofrece oportunidades inéditas para la región, que su aprovechamiento depende de la comprensión lúcida de los grandes consensos estratégicos que se están conformando, y que América Latina aún no ha reaccionado eficazmente a estos magnos virajes. Circunstancia que debe rectificarse, pues el costo colectivo e individual de vivir constantemente en el estupor y en la inadvertencia ya es intolerable.


Notas:

1/ José Medina Echavarría, "Apuntes acerca del futuro de las democracias occidentales", Revista de la CEPAL, N' 4, Santiago de Chile, Comisión Económica para América Latina (CEPAL), segundo semestre. Publicación de las Naciones Unidas, N' de venta: S.77.11.G.5, 1977

2/ José Medina Echavarría, "América Latina en los escenarios posibles de la distensión" Revista de la CEPAL, N' 2, Santiago de Chile, Comisión Económica para América Latina (CEPAL), segundo semestre. Publicación de las Naciones Unidas, N' de venta: S.77.11.G.2, 1976.

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(Dr. Róbinson Rojas, 1ro. de mayo, 2003)
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