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(Salvador Allende)
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De Puro Chile - 26 junio 2008

Centenario del nacimiento de Salvador Allende

Assembée Nationale de France, 26 junio 2008

Intervención de Armando Uribe Echeverría

PrEsidentE dEL PartiDO SocialistA dE ChilE en FrancIA

 

Tengo el peligroso privilegio de clausurar esta conmemoración en representación del Partido de Salvador Allende, el Partido Socialista de Chile.

Privilegio peligroso porque muchas cosas han sido dichas por todos los oradores que me han precedido y debo evitar repetirlas.

Peligroso igualmente porque el Partido Socialista de Chile que yo represento en Francia no es sino la sombra del Partido de Salvador Allende, y que es necesario ponerlo claro ante ustedes.

Peligroso en fin, porque debo a la memoria de Salvador Allende, en este día de aniversario, la franqueza y la verdad sobre la realidad politica chilena de hoy.

Pero antes de ir hasta allí, permitanme volver a la personalidad de Salvador Allende para recordar dos o tres aspectos de su doctrina politica sobre las cuales, a mi juicio, nunca se insiste suficientemente.

La primera característica que quisiera destacar es lo que conviene llamar el constante patriotismo del cual hizo prueba, hasta el último instante, Salvador Allende.

Lo primero que le interesa es antes que nada la realidad chilena, la realidad concreta, verificable, emergida de la propia historia de ese territorio y del pueblo que lo habita.

Las condiciones de vida de ese pueblo, que él conoce como médico, fueron el sustento de su compromiso político, -como lo fueron, y el paralelo es interesante-, para ese gran hombre de Estado francés, médico también, George Clemenceau. En un discurso en el Parlamento que data de 1937, justo después del triunfo del frente Popular en las elecciones legislativas, Allende proclamaba:

 

“ Pienso que Chile es una sola y gran choza, en la cual sólo hay un enfermo: todo el pueblo de Chile. […] Lo que este pueblo necesita es una legislación que se aplique en su integridad, y que vaya al substratum profundo de los males sociales, y que de una vez por todas terminen con el agio y la especulación, y que rompa la indiferencia del Gobierno ante los grandes problemas de interés nacional que subsistiendo en toda su crudeza, estrangulan a los sectores medios y propulsores del país.”

 

Esta fidelidad al interés nacional, opuesto a los intereses de un sector de la población es sin duda una herencia de la Revolución Francesa cuyas ideas republicanas fueron introducidas en Chile a mediados del siglo XIX por Santiago Arcos, quién había vivido con entusiasmo las jornadas revolucionarias de 1848 en París.

Allende lo reafirmará en 1944, cuando define el objetivo último de la lucha de la izquierda como « la conquista del bienestar y de la grandeza de Chile ». La izquierda, en tanto representante del pueblo, es la representante legítima de la nación.

Cuando pierde, por muy poco, las elecciones presidenciales de 1958, Allende persiste en esa misma línea y en un discurso en el Senado habla de uno de los grandes temas de su campaña, la reforma agraria, no como un imperativo ideológico sino como una necesidad a la cual ningún partido ni ningún gobierno pueden sustraerse.

 

“ Tuve especial interés en ser yo, el candidato de los partidos populares, quien planteara al país la reforma agraria. Dicha reforma es un hecho social y económico imposible de detener en el país. Pero la planteé siempre  con la responsabilidad del hombre que ha estudiado, junto con sus compañeros, esta materia: convencido de que la economía de Chile reclama una reforma agraria; con plena conciencia de que la realidad social chilena la exige. Y por eso he repetido, hasta la saciedad, que estamos gastando cien millones de dólares al año para traer alimentos que podríamos producir. Señalé la necesidad de esta reforma porque conozco, como médico, los déficits de alimentación. ”

 

Desde entonces, la independencia económica y la justicia social se transformaron en los leitmotivs de Allende y del Partido Socialista de Chile.

Durante los años del gobierno de Eduardo Frei Montalva Allende denunció muchas veces el peso de los Estados Unidos de Norteamérica, -hoy en día perfectamente comprobado-, en la campaña presidencial de 1964, y la influencia norteamericana que privó de toda sustancia la “revolución en libertad” que se había propuesto llevar adelante la joven y prometedora Democracia Cristiana. Cuando en 1970 accede a la presidencia de la República, Allende sufrirá brutalmente, hasta el golpe de Estado que fue su manifestación culminante, esta presencia extranjera que se levantó contra el interés general, contra el interés nacional. Su muerte en La Moneda en llamas es la expresión final del sólido lazo que lo unía a la nación.

La segunda característica de la doctrina de Allende que quisiera subrayar, y que va unida a la primera, es su indefectible respeto de la legalidad, que defendió contra todo y contra todos. Es la que lo condujo a concebir esa revolucionaria « vía chilena al socialismo » -que no era sino la de las urnas-, que le pareció tan peligrosa a los yanquis en el contexto de Guerra Fría, pero que terminó por imponerse como un hecho normal en democracia a partir de los años 80 en Europa.

Ello me lleva a decir algo a propósito de una idea que es una evidencia en todo país del Primer Mundo, y que no obstante parece tan dificil de comprender o de realizar en América Latina.

Contrariamente a lo que se suele oir bajo la influencia de una propaganda insistente y fácil, la accesión de Salvador Allende al poder en 1970 correspondió mucho menos a un acercamiento de Chile con el bloque soviético –recuerdo de paso que la Unión Soviética no corrió a socorrer el gobierno de Allende-, que al acercamiento de Chile, desde el punto de vista institucional, a los países de Europa occidental.

Nunca antes, -ni jamás desde entonces-, estuvo un Gobierno tan cerca de imponer en el país los elementos esenciales de lo que pudiésemos llamar un Pacto Republicano, es decir un pacto entre todos los sectores políticos de la sociedad para asegurar una educación pública de calidad, un sistema de salud accesible para todos, viviendas decentes, en pocas palabras un mínimo social de la mejor calidad posible para garantizar el futuro del país, su desarrollo, el  enriquecimiento y la plena realización de sus ciudadanos.

La influencia extranjera, la falta de patriotismo –es decir la falta de identificación a una tierra, a un pueblo, a una historia-, hicieron que esta posibilidad que tuvo Chile de franquear el obstáculo cultural que, antes que todo, separa el Primer Mundo del resto del planeta, se perdiese.

El Chile de hoy, después de 17 años de una dictadura implacable y 19 años de gobiernos que administran, con cada día más dificultades, una transición negociada con los militares y con los grupos económicos que les apoyaron, este Chile, atraviesa una grave crisis.

Una crisis política, primero que nada, que toca todos los partidos, sin excepción, de la derecha a la izquierda: los partidos implosionan, se escinden, expulsan, se fraccionan. Nuevas formaciones surgen, sin verdadera columna vertebral, partidos “instrumentales” como se dice, cuyo objetivo es llevar al poder algunas personalidades sin ideas, sin convicciones, sin programa.

Insisto en que esta crisis alcanza a todo el espectro político, al punto que no solo los dirigentes se querellan entre ellos, -lo que después de todo puede parecer normal-, sino que sectores enteros de los partidos, como la juventud por ejemplo, no se sienten representados por sus direcciones y se oponen a ellas o, simplemente se van, abandonan los partidos.

En la derecha hay una lucha despiadada por la conquista del poder; en el centro y a la derecha de la izquierda, es un modelo político, el de la Concertación, que parece no funcionar; a la iquierda de la izquierda, es el desorden, la dispersión en una multitud de grupúsculos, la incapacidad a formar alianzas.

Yo decía al comienzo que el Partido Socialista, el partido de Allende, no escapa a esta crisis y permanece petrificado en una posición tal que sus electores y sus militantes tienen cada vez más dificultades para reconocerlo como socialista. Como ejemplo de lo que afirmo, quisiera citar algunas palabras:  

 

“Hemos defendido y defendemos la democracia, pero ello no nos impide observar que Chile en este instante está sumido en una de las más profundas crisis de su historia. Esta crisis nuestra es tan honda que abarca todos los aspectos: económico, político, institucional y moral.

No tuvimos ninguna influencia decisiva en el Gobierno, y actuamos en ministerios subalternos, al margen de toda determinación en los grandes rubros de la economía nacional.

Los socialistas abandonamos el Gobierno cuando vimos la imposibilidad de desarrollar una positiva política en beneficio del país, del pueblo, de sus clases trabajadoras. Dejamos de pertenecer al Ejecutivo cuando nos dimos cuenta de que nuestro poder era estéril y mal interpretado y que nuestras iniciativas eran amagadas por la derecha económica, que ha seguido controlando el crédito y las finanzas.”

 

¿Quién habla? Salvador Allende en 1947, después de que los socialistas se hubiesen retirado del segundo gobierno del Frente Popular, el de Juan Antonio Ríos.

Guardando las proporciones, el paralelismo de las situaciones impresiona. Y la respuesta neta, precisa, comprensible, aportada a esta situación por Salvador Allende y el Partido Socialista de entonces, contrasta en modo brutal con la del Partido Socialista de hoy confrontado a dificultades similares.

La crisis no es solo política, también es económica. No se trata de que el Chile de los grandes equilibrios macroeconómicos, -que es desafortunadamente la única brújula de los economistas que gobiernan el mundo-, esté enfermo, no. La enfermedad económica de Chile reside en la no distribución de la riqueza, en el espantoso endeudamiento de los hogares que pagan todo, incluso la mantequilla, a crédito, ¡con tasas usureras que sobrepasan el 52 %!

Todo lo que era privatizable fue privatizado, todo es de pago, comenzando por la educación y la salud.

La educación pública está en estado de agonía, los estudiantes y los escolares estuvieron los pasados años en la calle, y lo están una vez más este año, obligados a ocupar los locales de los partidos políticos para hacerse escuchar. Los del Partido Radical, los del PPD fueron ocupados y los del Partido Socialista también, por dos veces consecutivas, por la Juventud Socialista. Los dirigentes del Partido de Salvador Allende se contentaron con llamar la policía a su socorro, enviando a los jóvenes militantes a prisión.

La crisis actual es también una profunda crisis institucional de la que provienen la crisis política y el desamparo económico del que acabo de hablar. La transición de la dictadura a la democracia se hizo, en 1989-1990, con la condición expresa que la legalidad instaurada por la dictadura y el esquema económico imperante fuesen conservados.  

Este acuerdo, concluido en secreto, evocado de vez en cuando incluso por aquellos que lo alcanzaron, nunca fue publicado. Chile vive pues, con una Constitución diseñada a medida por Pinochet y votada en 1980 en condiciones inaceptables: en plena dictadura, con un millón de chilenos exiliados por la fuerza, con decenas de miles en prisión, con miles de dirigentes políticos y sindicales desaparecidos en las mazmorras, sin listas electorales, y en medio del Estado de Sitio, sin garantías constitucionales.

Los chilenos sufrimos aun hoy un orden institucional inicuo y leyes de seguridad nacional que es inadmisible que puedan ser aplicadas en democracia, como aquellas que sirven para reprimir al pueblo Mapuche, cuyas prudentes reivindicaciones no le impiden al gobierno enviar a prisión a sus dirigentes e incluso, desde hace algunas semanas, encarcelar a una cineasta, Elena Varela, por el delito de haber rodado un documental sobre sus luchas.

Los chilenos sufrimos, en fin, ese acuerdo tácito, secreto, que hace que si gracias al coraje de los magistrados un cierto número de militares terminaron por ser  llevados a la justicia por atentados contra los derechos del hombre, los responsables políticos de la dictadura, los ideólogos y todos los preciosos apoyos de los militares, -que avalaron el golpe de Estado y justificaron todas las traiciones y todos los horrores-, siguen impunes.

Este marco constitucional y jurídico heredado de los militares conlleva muchas otras injusticias sobre las cuales no puedo extenderme aquí, como  la denegación del derecho a voto a los chilenos residentes en el extranjero (cuando representamos algo así como el 8% de la población) o el sistema electoral, el famoso sistema binominal, que le asegura sistemáticamente a la oposición de derechas una importante representación en las dos Cámaras.

Hoy tenemos que reconocer la muerte de un modelo político, el de la interminable transición que una coalición de partidos, la Concertación, quisiera prolongar aún sin ver que ella misma corre el riesgo de desaparecer en una tormenta incontrolable que podría desencadenarse en cualquier momento y que ninguno de nosotros, cualquiera sean nuestras opiniones o nuestras opciones políticas, pudiese desear.

Como ciudadanos responsables tenemos que tomar las cosas en nuestras manos y llamar a todas las fuerzas vivas del país a exigir una nueva Carta constitucional que le asegure equitablemente a todos los chilenos, cualquiera sea su origen social, un futuro.

Llamo solemnemente aquí, en este lugar al que nos han invitado nuestros amigos franceses, -y quisiera agradecer muy calurosamente la presencia de Henri Emmanuelli y Jean-Paul Huchon-, en este lugar, digo, que es el símbolo de la República, a que en nombre de la memoria del presidente Salvador Allende renovemos el pacto supremo de los ciudadanos libres, pidiendo la reunión de urgencia de una Asamblea Constituyente.

He dicho.



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