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 De Puro Chile - 6 octubre 2007

                                           LOS PINOCHET COMO AL CAPONE

 Por Ricardo Rodríguez

Es del todo curioso contemplar cómo, para la justicia chilena resultan más graves los delitos de evasión tributaria, el uso malicioso de documento público, la adulteración de bienes ante notario y la malversación de fondos públicos, que el asesinato masivo de gente indefensa, la tortura sistemática de miles de personas con métodos horrorosos, la planificación y ejecución de miles crímenes y posterior desaparición forzada de los cuerpos de la víctimas.

A todas luces es un parámetro extraño toda vez que, seguramente, muchos de los miles de dólares hurtados de los “fondos reservados” a la Presidencia, a la Casa Militar y a la Comandancia en Jefe del Ejército por la pandilla de terroristas de Estado que se apoderó por la fuerza de las armas del gobierno constitucional de Chile, se utilizaron para cometer sus innumerables delitos e intentar perpetuarse en el poder.

Esta mesurada práctica judicial se asemeja mucho a la utilizada en los EEUU durante los años de la Ley Seca en la persecución del gánster y otrora máximo jefe de la mafia estadounidense, Alfonso Capone, que termina finalmente en la cárcel no por sus innumerables crímenes –como autor e inductor - de múltiples asesinatos de rivales, policías e inocentes sino por delitos –diríamos- de menor calibre o delitos denominados de cuello blanco. Indudablemente, delitos menores comparados a los otros crímenes de la dictadura.

En 1975, dos años después del sangriento golpe de Estado en Chile, el dictador Pinochet aseguraba en la prensa nacional que “este es un gobierno honorable. Por eso es que el pueblo chileno nos apoya. Y cuando yo tenga que irme, llegaré hasta la notaría y retiraré mi sobre con mis haberes, nada más. Incluso, a lo mejor me voy con menos de lo que tenía cuando asumí este cargo”. Son las palabras textuales de un general asesino, mentiroso y ladrón que nunca fue condenado por la justicia chilena que se ubicó como espectadora de las matanzas.

Ahora, muerto el dictador, un juez, Carlos Cerda, encarcela y procesa a todo su entorno familiar, su viuda, sus tres hijas y sus dos hijos. Van a cárcel también por los delitos mencionados más arriba, 17 personas, una parte ínfima del entorno militar y civil del sanguinario dictador. Todos estos sujetos son encausados por delitos de cuello blanco: por haber ayudado al genocida a amasar una fortuna aún no determinada exactamente, pero que según fuentes de la propia Concertación de Partidos por la Democracia puede sumar decenas de millones de dólares en efectivo, propiedades y hasta barras de oro puro depositadas o escondidas en lejanos bancos de paraísos fiscales. Abierta la caja de pandora, le corresponde ahora a la justicia determinar con precisión dónde se encuentran las demás cajas de seguridad a nombre de generales o civiles testaferros en las cuales escondieron el botín los generales y los empresarios que saquearon Chile durante casi 20 años.

¿Y qué pasa con los fondos reservados de la Fuerza Aérea? ¿Y los de la Armada? ¿Y los de la Policía Militarizada denominada Carabineros? Fue una dictadura de casi 20 años ejercida conjuntamente por las Fuerzas Armadas y Carabineros. Todos asesinaron inocentes en una política de exterminio, institucional y sistemática. Todos adhirieron a la doctrina de Seguridad Nacional. Todos obedecieron las órdenes del Pentágono y la CIA. ¿Y sólo robaron los militares? ¿O los Almirantes y generales creían que esos fondos eran botín de guerra como El Clarín, los objetos personales de Neruda y Allende robados de sus casas, o la Imprenta Horizonte, o la Radio Corporación?

Estos compinches del dictador intervinieron directamente –según el juez Cerda- en planificar y llevar a efecto las operaciones de evasión tributaria, falsificación de pasaportes e identidades, declaraciones maliciosas o falsas, desfalcos y malversación de fondos públicos. Esto último, se refiere al hurto masivo de millones de dólares de los fondos reservados del Ejército depositados en decenas de bancos internacionales, pero fundamentalmente en el Banco Riggs que a juicio del general Ballerino (uno de los imputados y procesados) “lo hacía mi general para tener una vejez tranquila y segura”. Esos fondos eran finalmente transferidos a cuentas bancarias de la familia Pinochet y sus compinches más cercanos.

Cientos de miles de dólares robados del erario nacional fueron a engrosar las cuentas corrientes de la esposa y los hijos de Pinochet; de su secretaria personal, Mónica Ananías; de los Generales Jorge Ballerino alias John Long y Guillermo Garín, su vocero personal; del Cónsul chileno en Los Angeles, Patricio Madariaga, hermano de una Ministra de Justicia de Pinochet; de sus abogados Ambrosio Rodríguez y un nutrido grupo de militares de alto rango involucrados también unos en tráfico de armas a Croacia, tráfico de influencias, sustracción de pasaportes y homicidios de diplomáticos como es el caso del general Enrique Lepe Orellana, agente de la DINA procesado como coautor del crimen del diplomático español Carmelo Soria.

Resulta sorprendente que dos de los procesados y encarcelados en regimientos en condiciones de opulencia como son los coroneles de ejército Ricardo McLean Vergara y Mortimer Jofré, son actualmente altos oficiales en activo dentro de las filas de la institución castrense. Se han sucedido cuatro gobiernos de la Concertación y nada les ha pasado. Siguen firmes en el ejército con el beneplácito del Gobierno naturalmente. Ambos fueron importantes oficiales del círculo íntimo de Pinochet. El primero se desempeñó durante muchos años como jefe del sistema de escoltas del dictador y acompañaba al dictador el día que un comando del Frente Patriótico Manuel Rodríguez lo emboscó en las faldas de la Cordillera de Los Andes. Escapó al lanzarse por un barranco cuando se inició el tiroteo. Más tarde fue Agregado Militar en Washington. El coronel Jofré, importante testaferro del dictador, es actualmente nada menos que Comandante de la División de Educación del Ejército.

La justicia chilena debería ahora investigar a fondo otras denuncias en esta misma línea de latrocinios ya que, claro está, se han negado a buscar la verdad y ejercer justicia en los crímenes, atrocidades y múltiple violaciones a los Derechos Humanos que se produjeron a lo largo de toda la dictadura. Todos los gobiernos posteriores a la dictadura, no han tenido ni la voluntad ni la valentía de establecer la verdad en este ámbito. En cuestiones de crímenes de la dictadura tanto el gobierno de Chile como los tribunales aplican la doctrina de la impunidad. Ahora se abre una línea procesal que -aunque justa y necesaria- podría contribuir a tapar los crímenes más graves de la dictadura pinochetista y minimizar o postergar el juzgamiento de delitos mucho más graves sobre los cuales es imperioso que la justicia actúe.

Deberían por ejemplo los tribunales investigar más a fondo y procesar a todos los implicados en masivos contrabando de armas que se produjeron durante los años de la dictadura, llegar hasta el fondo de los llamados “pinocheques”, investigar informaciones sobre el tráfico de drogas y lavado de dinero de altos miembros del Ejército en la Primera Región fronteriza con Perú y Bolivia durante los años del plomo. La justicia debería investigar a fondo y de una vez por todas, la gestión como presidenta de la institución benéfica CEMA-Chile de Lucía Hiriart, la esposa de Pinochet. Deberían investigarse los patrimonios de todos los oficiales de todas las ramas de las Fuerzas Armadas, Servicio de Investigaciones y Policía Militarizada como es la institución de Carabineros.

En esta línea, la justicia debería investigar, y si cabe procesar, a todos los ministros civiles y militares del dictador Pinochet, a miembros de la propia Corte Suprema, a funcionarios de las policías secretas y organismos de represión, a Intendentes y Gobernadores, a altos funcionarios del régimen sospechosos de múltiples delitos como robo de radio emisoras de partidos políticos, de instituciones y particulares, imprentas, propiedades, automóviles, negocios, diarios, periódicos y revistas de ex personeros del Gobierno de Salvador Allende o sus instituciones legales.

Especial atención de los jueces deberían recibir las investigaciones de  las “ventas” de empresas del Estado a conocidos empresarios pinochetistas y familiares del dictador como es el caso de la importante empresa Soquimich “adjudicada” a uno de los yernos del dictador César Ponce Leroux casado con una de las hijas del dictador. En ocasiones, la “transferencia” de empresas públicas se hizo a incondicionales del dictador carentes de capital para efectuar las compras de bienes y activos del Estado, pero otros empresarios y pinochetistas avalaron los préstamos bancarios que por lo demás nunca pagaron.

De esta manera, los curiosos parámetros establecidos por la justicia en Chile en el sentido que tienen más peso específico los delitos de corrupción y latrocinio que el asesinato, la tortura, las desapariciones forzadas y la violaciones de los DDHH, podría hacernos pensar que los acuerdos de la transición pactada con la dictadura en 1989 no contemplaban la impunidad en estos ámbitos. Así, pudiese ser que los tribunales de justicia y la propia Concertación subsanen o encubran parcialmente la negación de justicia que reclaman las víctimas de la dictadura desde hace más de 30 años. Si estas acciones del juez Cerda se imponen –lo cual es positivo desde todo punto de vista siempre y cuando sean efectivamente condenados los imputados- no pueden, claro está, actuar como precedente o tapadera de los otros múltiples crímenes de la dictadura. En estas circunstancias y viendo el nivel del discurso de uno de los nietos militares del dictador en su funeral el pasado diciembre, nos preguntamos: ¿y los nietos de Pinochet?

Porque con esos papis y mamis y abuelos…


Ricardo Rodríguez es periodista y escritor. Ha publicado en la Editorial Txalaparta “¿Cuántas veces en un siglo mueve sus alas el colibrí?” Marzo 1999; “El desafío de Bin Laden” Septiembre 2002 y “La Ruta del Esqueleto” Marzo 2006.

 
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