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De La Nación -  31 marzo 2006

MONSEÑOR ALFONSO BAEZA SE DESPIDE DE LA VICARÍA DE LA PASTORAL SOCIAL
“Chile no puede seguir creciendo a costa de la humillación de los trabajadores”

Los ojos de monseñor Alfonso Baeza han visto sangre, luchas sindicales y atropellos laborales. Por eso se siente con el derecho de criticar a los empresarios, a los políticos y a su propia Iglesia. No se cansa de hablar de la mezquindad de los ricos, católicos, apostólicos y romanos. Incluso ahora que tiene un pie fuera de la vicaría. Pero el corazón dentro.
Alejandra Carmona

“Nunca quise ser cura. Mi primer año en el seminario rogaba porque alguien me dijera ‘este cabrito no sirve’. Pero parece que servía porque nunca nadie me echó”.

Monseñor Alfonso Baeza Donoso (75) quería ser otras cosas, menos sacerdote. Y las fue. En 1955 se tituló de ingeniero civil en la Universidad Católica de Chile, pero no pudo resistirse a los empujones vocacionales. “Es que había gente que me decía, ‘pero si tú estai pintao pa cura, ¿Por qué no entras al seminario?’”.

En 1954 ingresó al Seminario Pontificio de Santiago y en junio de 1960 fue ordenado sacerdote.

Siempre fue y ha sido un religioso de la calle. Por eso lo llena de recuerdos dejar de ser vicario de la Pastoral Social -ya que Rodrigo Tupper asumió ayer su rol y también el de vicario de los trabajadores-.

Alfonso Baeza se va con el corazón hinchado. Aunque algunos no lo quieran porque a su espaldas dicen ‘allá va el cura comunista’.

Lo suyo son los trabajadores, los “empobrecidos”, los derechos sindicales...

-Pero está bien mala la cosa padre...

-Si pues, qué quiere que le diga. La desigualdad es tremenda y también la ha denunciado el clero. Lo han dicho los obispos y el presidente de la Conferencia Episcopal. El problema es que estos pensamientos se encarnen en acciones. Miremos lo que está pasando en Francia. ¡Es tanta la injusticia!, que yo apoyo este movimiento tan grande que se ha generado.

-Pero eso es Europa. ¿Cree que en Chile podría pasar lo mismo?

-No estamos tan lejos. En nuestro país hay atisbos. Por ejemplo, con el movimiento que generaron los trabajadores subcontratados de Codelco que tienen un estatus aún mayor que los miles de subcontratados de las grandes tiendas, de los bancos... Eso nos demuestra que la presión pareciera ser el único camino.

- ¿Una revolución social?

-Es que lo que pasa es escandaloso. Chile no puede seguir creciendo a costa de la humillación de los trabajadores. No puede ser que la gente tenga que estar callada porque si no la echan. Eso no es generar un país en paz. Tarde o temprano la historia demuestra que la injusticia se convierte en una lucha violenta y eso es lo que debemos evitar. La violencia tampoco resulta. Porque con la violencia triunfan los más fuertes y no necesariamente la justicia. Desgraciadamente esa es la inconsciencia y la ceguera que demuestra este sistema económico donde se ven envueltos la derecha y los empresarios. Este es el resultado del sistema neoliberal.

Foto: Gastón Flores.

-¿Qué sistema preferiría?

-Uno socialista. Socialista y democrático. Pero estamos como prisioneros de este sistema y de la forma en cómo se ha organizado la economía. Yo creo que los gobiernos de la Concertación de alguna manera han tratado de caminar hacia una menor desigualdad, más que hacia una mayor igualdad.

Lamentablemente nos encontramos con las condiciones políticas que existen en el país. Hasta ahora hay un poder inmenso de los partidos de derecha que siempre han defendido los intereses de los grandes empresarios. Ellos han hecho que leyes muy importantes no se aprueben.

Los más ricos y el dinero lo dominan todo. Los que tienen más tienen el poder, controlan los medios de comunicación e influyen en la mentalidad de la gente.

-¿Y qué hacemos con ellos si son todos católicos?

-Ése es el gran escándalo. Si tomar medidas para combatir la pobreza no es tan difícil. El problema es que sean las mejores y que las acaten. Y para eso, cada uno de nosotros, los que nos decimos católicos o cristianos, tenemos que ponernos a mirar a los más débiles como parte de nosotros mismos. Se trata de no esconder mi dinero, sino que de compartirlo. Hasta que duela.

-A alguien le puede sonar a expropiación del dinero...

-Exacto, puede ser algo así... El Papa Juan Pablo II, que venía de un país comunista y pobre, se impresionó mucho con Chile y en general con Latinoamérica, que es muy creyente, por la desigualdad tremenda...

-Bueno, basta con un paseo por la Alameda de principio a fin para darse cuenta.

-Imagínate. Ahora es peor con las autopistas. La gente que vive en La Dehesa ahora si que no ve a quienes tienen menos recursos. Pasa directamente de su casa al aeropuerto...

También hay una estigmatización del pobre. ¡Hay un alarde de la seguridad ciudadana! ¡Quién va a ir a La Pintana, a la José María Caro! Estamos construyendo dos Chile. ¡Dos! Y lo peor es que nunca se encuentran.

Alsina

A monseñor Alfonso Baeza no le gusta lo que ve. Siente que entre Plaza Italia y su querida José María Caro, Chile se deshace. Pero él pone el hombro. Y la fe.

Ya no tiene nada que temer y por eso dice las cosas así. Con propiedad de cura de parroquia.

-¿Qué es lo más duro que le tocó ver?

-Uffff...El miedo. La dictadura es un período imborrable. Ese paseo buscando a los familiares en cualquier parte. En los centros de tortura, en el estadio Chile, en el Nacional, en el mar.

-¿Se sintió perseguido?

-El día del golpe yo estaba en Montevideo. Yo había ido a una reunión con el grupo de Acción Católica. Días después recibí una llamada del cardenal Raúl Silva Henríquez. Tenían miedo, no querían que volviera por temor a las represalias. Yo tuve amigos que sufrieron las consecuencias de ir a Tejas Verdes, donde estaba ‘El Mamo’.

Por la misma gente que era torturada nos enterábamos de las pestes y groserías que decían de nosotros. Para qué contarle cómo se referían al cardenal Silva...

Fueron tiempos duros. Primero colaboré en el Comité Pro Paz y luego en la Vicaría de la Solidaridad. Luego fui el primer vicario de la Vicaría Pastoral Obrera.

Todavía veo ese salón grande de lo que fue el comité Pro Paz. La gente llegaba tan angustiada. Pero recibía un cariño inmenso.

-¿Y alguna vez lo amenazaron?

-Yo nunca recibí amenazas directas, pero casi me derrumbé cuando supe lo que habían hecho con el padre Juan Alsina. Me dio rabia, rabia y pena. Inventaron que estaba en un grupo de francotiradores. Yo viví con él y sabía que todo era mentira. Pero él fue un hombre muy consecuente, hasta el final.

Nosotros creíamos que en Chile iba a haber una guerra civil y siempre nos preguntábamos de qué bando estaríamos. Y bueno, él fue consecuente con lo que hablamos alguna vez.

La iglesia que yo amo

Monseñor Alfonso Baeza deja la Vicaría de la Pastoral Social, donde permaneció cerca de dos década, pero continúa como presidente de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (Fasic). También seguirá como director de Caritas Chile y por supuesto, en su cargo de párroco del Sagrado Corazón de Jesús, en Estación Central.

Ahí hace misas, bautismos, catequesis y conversa con sus amigos. Muchos de ellos mendigos del sector que lo ven con ojos de santo, sobre todo, cuando abre su monedero de cuero café y les da cien pesos. “¿No tiene un poquito más, para echarle algo al pan?”-le pregunta una señora que lo espera sentada en la puerta de la parroquia-. Y él no se hace problemas. Cincuenta pesos más y ella se va feliz. “Ves, los curas también tenemos que dar hasta que duela”, se ríe palmoteándome la cara.

-¿Y la Iglesia, ha dado hasta que duela?

-La Iglesia somos todos, el clero y los laicos y también tenemos responsabilidad en todo lo que pasa. Yo siento que nos quedamos dormidos. Nos movimos cuando vino la dictadura, por temor. Pero uno no tiene que moverse por el temor, sino que por el amor. Aunque suene siútico.

-Usted me habla de la Iglesia de los ’70 y de los ’80 con nostalgia. ¿Qué le pasa a la Iglesia que no logra encantar en democracia?

-En estos tiempos tenemos una responsabilidad mayor de mostrar caminos y estar cerca de los que más sufren. A veces creemos que no podemos hacer nada y nos quedamos frustrados. Pero yo creo que un buen cristiano no se puede frustrar. Tenemos que hacer una Iglesia viva, que impulse al Gobierno, a los empresarios y a los políticos a moverse con mayor solidaridad.

-¿Ya...?

-Nosotros también nos hemos equivocado. Es cierto.

-La Iglesia de apertura de los 80 cambió radicalmente en los noventa. ¿O me equivoco?

-Yo creo que la Iglesia se quedó adentro. Ahora viven mucho más preocupados de cómo hacer mejores cantos, mejores celebraciones, y no se preocupan mucho de la gente y de quiénes viven al lado de ellos...

-¿Y a quién podemos atribuir este cambio?

- Lamentablemente imperó una fuerte mentalidad que decía que habíamos estado muy afuera, en algo que no nos correspondía. De hecho escuché muchas veces algo que me caía pésimo: “Volvamos a lo propio”...

-¿Qué es eso de volvamos a lo propio... Quién lo decía?

-Eso lo decían algunos obipos y algunos curas... que tampoco hicieron mucho en tiempo de la dictadura, pero que se sentían con la conciencia intranquila porque otros hacíamos cosas. Impulsaron un estilo de evangelización muy separado de lo que era la liberación, de la injusticia. ¡Pero la evangelización incluye trabajar por todas las causas que oprimen a las personas! Eso se silenció. Y fue muy fuerte. Desgraciadamente.

-¿Alguna recomendación para su sucesor, Rodrigo Tupper?

-La tarea es hacer que el pueblo esté mejor parado. Que crea. La Pastoral Social debe ahora hacerle sentir a los trabajadores que hay situaciones que se pueden mejorar y derechos que se pueden conquistar.